miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA FRONTERA CON LA VIDA REAL.
 VIVIR EN UNA CÁRCEL PARA ENFERMOS.
 ERA OTRA MANERA DE VIVIR.


La elevada verja de hierro estaba firmemente cerrada por un cerrojo y a través de ella se veía un amplio recinto bien ajardinado pero con aspecto de poco cuidado, seco como correspondía al mes de Agosto en esta ciudad tan mermada de lluvias históricamente y sin la mano de jardineros que lo cuidaran adecuadamente. Detrás de la reja y en su lado izquierdo existía una caseta de mampostería con un hombre sentado en  su  puerta, cuarentón y que entre otras cosas además de ser el “guardián del paraíso” y tener las llaves del mismo, vendía tabaco. Era un funcionario de la Administración de los llamados en aquél entonces  loqueros, hoy en día auxiliares psiquiátricos, y ratifico lo de hoy en día porque muchos de aquellos, pasado el tiempo y refinados por un nuevo uniforme y ciclos formativos, siguen desempeñando labores asistenciales. El nivel de preparación de aquel personaje era tan primitivo como su propio aspecto desaliñado, camisa con lamparones fuera de los pantalones, arrugada, desabrochada a la altura del pecho y de la cintura e insinuando una importante barriga en su interior que colgaba descaradamente por fuera de la correa, las huellas del sudor en los sobacos (otro nombre sería desvirtuar la anatomía). Se observaba en el bolsillo izquierdo, de lo que llamaban entonces y ahora una sahariana, el tímido saludo de un peine que observaba desde su atalaya lo que ocurría a su alrededor  y tocaba su cabeza una gorra blancuzco-amarillenta con restos de lo que en otro tiempo fue una marca comercial en dicho momento ilegible. Los pantalones beige claros remangados a media pierna dejaban al aire unas canillas libres de calcetines, tocadas con unas alpargatas de loneta que en su tiempo fueran azules y hoy mezcla de polvo y sudor que  de lejos se veía el aroma que expelían. Bigote espeso y barba poco afeitada le daban un aspecto todavía más tosco. Sentado en su trono de formica y tubos de hierro desconchado, recostado y perniabierto abanicándose con un trozo de cartón que llevaba en su mano derecha y bajo la pobre sombra de una sombrilla, leía una pequeña novela del Oeste, vieja y raída  de Sebastián Lafuente Estefanía que mantenía en su mano izquierda. Pedía la  identificación a los desconocidos por él a la hora de pasar el fielato, cosa que era absolutamente  imprescindible y no solo quien, sino porqué y para qué acudía a aquellas instalaciones. A su alrededor pululaban diferentes tipos, casi todos fumadores y que acudían a comprarle tabaco a pedirlo fiado o a gorronear, algunos,  bastantes de ellos de su mismo aspecto por lo que era difícil distinguir entre el encerrado y el encerrador si no fuera por las llaves, otros con aspecto de abandono total, incoherentemente vestidos, como vagabundos escuálidos de película en blanco y negro con mirada descalabrada y deambulando sin rumbo. 

Aquel recinto ajardinado se veía claramente en semiabandono, intentando disimular su aspecto con un barrido superficial de los caminos que pasaban entre los setos, árboles de hoja pobre pero perenne y al fondo unos pabellones de planta baja encalados con grandes ventanas enrejadas y con techos de teja árabe. En ese idílico jardín de las delicias pululaban personajes encerrados unos en sus tormentos, sus visiones alteradas de la realidad, sus paranoias, neurosis, esquizofrenias, en suma sus locuras y otros solo tras la reja por no se qué, por ser diferentes o por nada.
El paso entre la genialidad y la locura es tan corto como lo que separa la libertad del encierro, que era solo esa reja.
Las personas que pasaban cerca de la reja miraban con curiosidad morbosa a su interior, incluso los propios sanitarios del Hospital General que nunca habían incurrido en dicha área .Llamaba la atención la ausencia de visitas de familiares a las que estábamos acostumbrados en el resto de los hospitales. 
Esa era la frontera física que los apartaba del mundo, existía también una frontera farmacológica que impedía su contacto verbal coherente con el resto de las personas.


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