miércoles, 16 de octubre de 2013

PEQUEÑO CUENTO PARA VIVIR EN EL RECUERDO


Hubo una vez un cine de verano donde devorábamos pipas mientras veíamos esas películas por enésima vez.

También había un rincón en el puerto desde donde poder divisar las estrellas y a veces verlas dando vueltas a nuestro alrededor.

Había un bar donde tomar un Pedro y un pinchito moruno.

Una niña de ojos negros y pelo acaracolado que olía a chicle y goma de borrar.

Una semana Santa llena de manos sudorosas entrelazadas, besos limpios y furtivos.

Hubo una vez un tiempo que nunca volverá pero que nunca se olvidará.


martes, 15 de octubre de 2013

EL COLEGIO ERA ALGO MUY ABURRIDO

EL COLEGIO ERA ALGO MUY ABURRIDO


El colegio era algo muy aburrido, más que aburrido tenebroso. Frío, oscuro y triste.

Las galerías que circundaban parte de él se iluminaban con la luz que entraba por sus ventanales, fuerte por la mañana, apagadas a media tarde y oscuras, muy oscuras por la tarde- noche de los eternos inviernos y solo se iluminaba con unas amarillentas luces tan espaciadas que no permitían ver más allá de siete u ocho metros.

Las aulas con pupitres de madera roída, lijada y relijada, barnizada y rebarnizada, reparadas hasta en sus más escondidas tablas eran el calabozo donde éramos encerrados durante horas cual presos en galeras rompiendo los deseos y sentimientos de unos niños que querían desahogar sus más fuertes instintos naturales de correr, gritar, jugar e incluso evacuar sus vejigas.

Ante tan espantoso escenario de adiestramiento y doma de pequeños salvajes solo nuestra imaginación volaba por tejados, montes y mares, se soñaba despierto y entonces “estabas en Babia” y eras duramente reprimido con castigos de inmovilización en pasillos o sin ese preciado bocadillo que en medio de la mañana despertaba nuestras papilas gustatorias y con el estómago lleno apaciguaba nuestros instintos mas naturales.

Del negro del hábito al negro del ambiente solo quedaba un color, el gris del ronco sonido de unas palabras perdidas que ni nos interesaban ni queríamos oír.

Todo era malo y todo prohibido, éramos malos y condenados de nacimiento y el terror de una religión, la única verdadera, era inculcado en nuestras mentes como principio y fin de todo.

El aprendizaje se hacía algo odioso, entraba con dolor y salía con desprecio, solo se agradecía el haber aprendido a leer y escribir y poder devorar lo escrito por quienes habían volado antes que nosotros por mundos desconocidos que transmitían en papel sin dolor, con plena libertad, eran ese rayo de luz que iluminaba nuestras mentes y alimentaban nuestros conocimientos. Lectura… hermosa lectura donde fuimos libres por primera vez y con la que conocimos ese otro Universo tan oculto para muchos.

La salida del colegio era una estampida humana provocada por la explosión de emociones reprimidas durante horas, contención contra natura de espíritus en pleno desarrollo que precisaban de ellas para vivir. Atrás quedaba una aburrida, tenebrosa, fría, oscura y triste jornada que se repetiría durante años.

Gracias a la naturaleza en gran parte conseguimos olvidar casi todo lo malo, conservando los pocos buenos recuerdos que entre tanta oscuridad vivimos.



domingo, 13 de octubre de 2013

EN BLANCO Y NEGRO

La tarde era soleada aunque estábamos en el mes de Enero.
Las mujeres terminaban de hacer el lavado de los platos después de la comida y los hombres, los que venían a comer, habían vuelto al trabajo. Los niños estaban enredando en la calle con sus gritos y juegos infantiles.
Sacaron sus sillas a la puerta de la casa y con su toquilla por los hombros se sentaban con sus cositas en las piernas calentándose con los rayos de sol que en esta tierra se agradecen en los inviernos, unas cosiendo los sietes de la ropa, pegando botones y haciendo remiendos en los calcetines con sus huevos de madera. Las jovencitas bordaban sus pañuelos que llevarían en la cabeza el Domingo a misa, las que iban que no eran todas, y las que podían hacían adornos para su futuro ajuar, otras sus encajes de bolillos y competían en velocidad con sus vecinas, las más mayores solo tomaban el sol y criticaban a todo lo que se movía.
 En el balcón del primero del tercer portal asomaba su cuerpo la que estaba peleada con todo el mundo y a la que nadie soportaba y que se ponía a tender para jorobar un poco a todas.
 En el balcón de al lado asomaba la figura en su bata de seda y fumando un cigarrillo de una que se acababa de levantar, con los churretes de pintura de ojos porque trabajaba de noche. Una bellísima persona que todo el mundo quería y que siempre les llevaba regalitos a los niños, una que era criticada por la de al lado, más por envidia de su porte que por la perra vida que llevaba.
De la taberna de la esquina salían los últimos borrachines que quedaban midiendo la calle de lado a lado y esperando la bronca de su mujer porque todo lo gastaba en vino, hasta sus neuronas enfermas de recuerdos, pobreza y abandono estaban también muriendo lentamente.
Empezaba a caer la tarde cuando comenzaban a encender las copas de carbón que calentarían su mesa camilla esa noche como tantas otras y aliviaría en lo posible los efectos de la humedad y el frío que tenía la casa. Había días malos en los que ”hacía frío hasta en la calle” o llovía y entonces las tardes se hacían eternas, tristes y deprimentes.
Los hombres comenzaban a llegar del trabajo y algunos se fumaban un cigarro de picadura o un Ideal o un Celta mientras se tiraban un vino peleón y rajaban de lo “reventaos que venían del curro y to pa na”.
La calle comenzaba a oler a puchero y pronto se oirían el “parte” en su radio y los ronquidos del vecino de al lado.
La mujer, lavaba los platos, arreglaba las cosas de los niños y las de su marido para el día siguiente y se acostaba tarde, cansada y pensando en hasta cuando todo seguiría en Blanco y Negro.