lunes, 26 de octubre de 2015

El dolor mas fuerte.

El dolor mas fuerte no es físico y como médico lo puedo ratificar y como persona lo he sufrido. El dolor mas fuerte es ese que te entrecorta la respiración, da una sensación de vacío en el estómago, total ,tanto interior como exterior, dejas de oír cualquier sonido y a quien te habla y aparece un temblor en todo tu cuerpo con un frío estertor permanente y tu corazón late desordenadamente, después el sueño se altera y en tu ánimo todo te da igual, te abandonas en un espacio tiempo muerto imposible de manejar con raciocinio.

Es la tristeza, la melancolía, la soledad, el desamor y el amor no compartido, la ida del ser querido.

domingo, 8 de febrero de 2015

Era el año 1960, le gustaba al pasar cerca de la estación entrar a ver los trenes, sus máquinas emanando humo por sus grandes chimeneas, el soplido de sus válvulas cuando empezaban a marchar y el sonoro pitido de despedida cuando comenzaba a moverse. Previamente del andén lleno de gente se oía una voz tras un pitido de silbato de aviso gritando “Viajeros al tren…”.
Las lágrimas empañaban los ojos de muchos de los que se iban, en el andén madres dando sus últimos consejos a sus hijos y padres pidiendo que no se olviden de escribir y dar noticias. Otros se abrazaban a sus esposas e hijos pequeños prometiendo que pronto volverían y que no les iba a faltar de nada mientras estuvieran trabajando en el extranjero. Tras la partida la tristeza y el silencio, cabizbajos rumiaban oraciones y blasfemias mezcladas con el dolor de la separación obligada por la pobreza, el paro y la falta de esperanza en un futuro mejor para sus familias. Muchos nunca volvieron o por buena fortuna o por la desgracia, otros consiguieron sobrevivir las contrariedades y sin pena ni gloria se incorporaron a sus  orígenes con la única satisfacción de haber contribuido a la economía familiar y sin darse cuenta también a la estatal.


Pasaron los años, más de 50 y continuaba sintiendo la misma afición por los trenes, jubilado y enfermo seguía sentándose en el andén de la estación donde ya no se oyen pitidos ni hay humo de las máquinas ni gritan el “viajeros al tren, un ding-dang avisaba del número de la vía y la hora de salida del Ave con destino a:…. Eso no ha variado, las maletas no llevan correa para que no se abran, llevan ruedas y son de colores pero los hijos y nietos de aquellos que en otro tiempo emigraron siguen haciéndolo, siguen las caras tristes, las lágrimas, las oraciones y blasfemias a media voz y la desesperanza por no poder desarrollar su trabajo en su tierra, donde quieren estar, con quienes quieren estar. La historia se repite y parece que nunca aprendemos a cambiar esta forma de malvivir.