jueves, 14 de noviembre de 2013

EL ARMARIO ERA UN BUEN ESCONDITE



Muchos fueron los que escondían  sus vidas por temor a la Justicia vigente, era una forma de vivir escondido en sí mismos por evitar las replesarias legales.. Existía una Ley de Vagos y Maleantes en la que se incluían o justificaban tropelías contra cualquier persona sin necesidad de justificar nada. Un colectivo especialmente perseguido y maltratado fue el de homosexuales, maricones para el lenguaje de las autoridades y para un amplio sector social del momento que los tenía como enfermos mentales así como la propia medicina que como tal los catalogaba.
Por ello cuando cualquier persona tenía un enfado, enfrentamiento verbal o pelea, era normal, pero si era un maricón podía acabar en el manicomio tal y como lo describo y escribo. El paso directo desde Comisaría tras una disputa, unas copas de mas o el antojo de un policía homófobo era al manicomio (o el calabozo), normalmente con un previo repaso de golpes e insultos y siempre por orden gubernativa o judicial y con la aquiescencia de los psiquiatras de entonces que trataban sus graves problemas sexuales con métodos tan sencillos como los psicofármacos o el temible electrochoque.
Asistíeron los médicos de guardia en Casas de Socorro, Hospitales y otros centros a muchos pacientes de urgencia que ocultaban su condición sexual por miedo al encierro tanto en los manicomios como en la propia cárcel por esa ley referida de vagos y maleantes donde cabía de todo, el armario era el mejor escondite de la represión que se consumaba contra ellos. 
Una noche acudió a urgencias uno de ellos que había sufrido una agresión con arma blanca, una navajilla de pequeñas dimensiones por la amplitud de las heridas que presentaba en diferentes partes de su cuerpo, eran pequeños cortes en pecho, cara, brazos y espalda sin mayor importancia que las heridas superficiales que presentaba, pero el miedo y la alteración eran mucho mas importantes. Una vez curadas y suturadas todas sus heridas, no sin cierta dificultad por lo alterado que se encontraba, el enfermo tenía miedo tanto de volver solo a su domicilio como de quedarse en el hospital donde casi seguro sería encamado en el frenopático si intervenía la policía por la agresión sufrida. El parte judicial de lesiones era obligatorio hacerlo, pero en aquél caso decidí saltarme las leyes a la torera y evitar que fuera citado por el juzgado de guardia y pasara por el miedo a ser represaliado, como dice la sentencia popular: “encima de jodío apaleao”. Lo dejé sentado en una silla en la puerta de mi dormitorio, quieto y tranquilo toda la noche, algo incómodo pero sintiéndose protegido por dicha actitud y agradeciéndome sinceramente ese proceder. Me relató con verdadero dolor y resentimiento los auténticos suplicios pasados tanto por él como por amigos suyos al verse ridiculizados, perseguidos, acosados, tratados en los manicomios y encerrados en cárceles donde eran sometidos a los tratos mas vejatorios, en una palabra estaba atormentado. Me avergonzaba en aquellos momentos de considerarme de la misma raza inhumana que, sin razón alguna, tenía aquellos comportamientos tan crueles e irracionales. Al amanecer y despidiéndose muy  tranquilo se fue a su domicilio con la alegría de sentirse por una vez bien tratado. Por primera vez en su vida y a pesar de la incomodidad de la silla donde pasó la noche, "vivió de otra manera"

miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA FRONTERA CON LA VIDA REAL.
 VIVIR EN UNA CÁRCEL PARA ENFERMOS.
 ERA OTRA MANERA DE VIVIR.


La elevada verja de hierro estaba firmemente cerrada por un cerrojo y a través de ella se veía un amplio recinto bien ajardinado pero con aspecto de poco cuidado, seco como correspondía al mes de Agosto en esta ciudad tan mermada de lluvias históricamente y sin la mano de jardineros que lo cuidaran adecuadamente. Detrás de la reja y en su lado izquierdo existía una caseta de mampostería con un hombre sentado en  su  puerta, cuarentón y que entre otras cosas además de ser el “guardián del paraíso” y tener las llaves del mismo, vendía tabaco. Era un funcionario de la Administración de los llamados en aquél entonces  loqueros, hoy en día auxiliares psiquiátricos, y ratifico lo de hoy en día porque muchos de aquellos, pasado el tiempo y refinados por un nuevo uniforme y ciclos formativos, siguen desempeñando labores asistenciales. El nivel de preparación de aquel personaje era tan primitivo como su propio aspecto desaliñado, camisa con lamparones fuera de los pantalones, arrugada, desabrochada a la altura del pecho y de la cintura e insinuando una importante barriga en su interior que colgaba descaradamente por fuera de la correa, las huellas del sudor en los sobacos (otro nombre sería desvirtuar la anatomía). Se observaba en el bolsillo izquierdo, de lo que llamaban entonces y ahora una sahariana, el tímido saludo de un peine que observaba desde su atalaya lo que ocurría a su alrededor  y tocaba su cabeza una gorra blancuzco-amarillenta con restos de lo que en otro tiempo fue una marca comercial en dicho momento ilegible. Los pantalones beige claros remangados a media pierna dejaban al aire unas canillas libres de calcetines, tocadas con unas alpargatas de loneta que en su tiempo fueran azules y hoy mezcla de polvo y sudor que  de lejos se veía el aroma que expelían. Bigote espeso y barba poco afeitada le daban un aspecto todavía más tosco. Sentado en su trono de formica y tubos de hierro desconchado, recostado y perniabierto abanicándose con un trozo de cartón que llevaba en su mano derecha y bajo la pobre sombra de una sombrilla, leía una pequeña novela del Oeste, vieja y raída  de Sebastián Lafuente Estefanía que mantenía en su mano izquierda. Pedía la  identificación a los desconocidos por él a la hora de pasar el fielato, cosa que era absolutamente  imprescindible y no solo quien, sino porqué y para qué acudía a aquellas instalaciones. A su alrededor pululaban diferentes tipos, casi todos fumadores y que acudían a comprarle tabaco a pedirlo fiado o a gorronear, algunos,  bastantes de ellos de su mismo aspecto por lo que era difícil distinguir entre el encerrado y el encerrador si no fuera por las llaves, otros con aspecto de abandono total, incoherentemente vestidos, como vagabundos escuálidos de película en blanco y negro con mirada descalabrada y deambulando sin rumbo. 

Aquel recinto ajardinado se veía claramente en semiabandono, intentando disimular su aspecto con un barrido superficial de los caminos que pasaban entre los setos, árboles de hoja pobre pero perenne y al fondo unos pabellones de planta baja encalados con grandes ventanas enrejadas y con techos de teja árabe. En ese idílico jardín de las delicias pululaban personajes encerrados unos en sus tormentos, sus visiones alteradas de la realidad, sus paranoias, neurosis, esquizofrenias, en suma sus locuras y otros solo tras la reja por no se qué, por ser diferentes o por nada.
El paso entre la genialidad y la locura es tan corto como lo que separa la libertad del encierro, que era solo esa reja.
Las personas que pasaban cerca de la reja miraban con curiosidad morbosa a su interior, incluso los propios sanitarios del Hospital General que nunca habían incurrido en dicha área .Llamaba la atención la ausencia de visitas de familiares a las que estábamos acostumbrados en el resto de los hospitales. 
Esa era la frontera física que los apartaba del mundo, existía también una frontera farmacológica que impedía su contacto verbal coherente con el resto de las personas.


lunes, 11 de noviembre de 2013

VIVIR SIN VIVIR EN TI
PROLOGO


Hablar de otra forma de vivir, vivir sin vivir en ti, vivir en mundos sucedáneos, vivir en un mundo mas real dentro de la irrealidad de la vida actual, vivir lo natural con excentricidades propias de alguien que no adapta sus reacciones a lo oficialmente correcto, vivir por delante de lo que en un futuro será algo natural y que hoy se considera esencialmente incorrecto, esa forma de vivir que socialmente se considera inadaptado o loco es tan antigua como la propia vida y ha sido objeto de trasmutaciones progresivas para adaptarlas a la situación de cada época. 

¿Donde se encuentra la frontera entre la locura y la genialidad?, es un paso tan simple y sencillo como indescriptible. Hay grandes genios a cuyas locuras se llamaban excentricidades e innumerables desconocidos que fueron encerrados por esas excentricidades llamadas locuras. Ante comportamientos inesperados o indeseados, se contesta con el rechazo y el desprecio siempre que la persona no lleve un halo de misticismo alrededor. Un visionario de Dios puede ser seguido hasta límites sorprendentes como enviado del mas allá o lapidado por loco. El estigmatizado como enfermo mental es despreciado, temido y apartado de la colectividad, el encumbrado por las mismas causas es elevado a los estrados más altos de la sociedad.  
Existe un miedo histórico a la locura que crece al mismo tiempo que el temor a la sinrazón como también y por razones religiosas existe un temor a la posesión diabólica, al poder de Satanás que subyace en la ideología de la Inquisición desde el siglo XIII y que los tachan de herejes y brujas. Existe un rechazo general en todas las culturas y sociedades al enfermo mental que siempre ha existido, existe y existirá. Lo que se percibe en los grupos sociales con un mayor nivel educacional es la visión más científica del enfermo mental unido a un enfoque más humanitario de su tratamiento.
Se recurre todavía más al médico de familia, a los amigos o al cura antes que al psiquiatra y la dificultad, cada día menor, de reconocer las enfermedades mentales, casi siempre ello unido al nivel cultural, no al económico.
Se nos enseña a temer a la locura desde niños, se  juega haciéndose el loco del que todos huyen, pero también se utiliza como elemento de mofa y escarnio a ese loco, al necio y al bobo. Utilizado como comedia de la vida el loco recuerda a cada uno su verdad, esa verdad que nadie se atreve a decir en voz alta pero que dichas con su lenguaje de necio y sin aires de razón se convierten en juiciosas. Hacen cosas que no deben hacer, que extrañan y maravillan que son irracionales a veces y que dan miedo.
Consideramos locos o dementes también a los poetas extravagantes, apasionados o borrachos, a los informales, imprudentes, soñadores, golfos o aventureros, en resumen a todo lo que significa rebeldía, misterio u obsesión, lo imposible o abstracto. Locura es correr, amar, escapar, es la verdad y la mentira, es la fantasía y la realidad, es la riqueza y la pobreza, la felicidad y la desgracia, la indecencia y la honradez, la razón y sinrazón de la vida, la crueldad y la piedad, la esperanza o renuncia, la valentía y el miedo, el silencio o el grito de libertad. El pelo despeinado y encrespado, la cara descompuesta, los ojos extraviados, sin aliento sin saber donde está, representa en el habla popular un estado demencial aunque pueda deberse a la pérdida de un ser querido o al miedo. Son comparados con animales, caballo loco, pájaro loco o como una cabra loca y faltos del ritmo obligado por la sociedad  al decir que no están cuerdos como un reloj que a veces si no funciona decimos que se ha vuelto loco o como una maquinaria rota a la que le falta un tornillo, aunque a veces y para dispersar la mente nos hacemos el loco.

Los locos estaban en Babia, en las nubes o en el limbo y la mayoría en la luna, pero el hombre llegó a la luna y vio desde allí que los locos donde estaban realmente era en la tierra y que la tierra era la mas grande de las lunas, donde se asume la irracionalidad de lo irracional, lo insensato, lo absurdo y lo injusto.

El rechazo del enfermo mental siempre ha sido mayor entre las clases sociales altas y medio-altas donde el autoritarismo se relaciona directamente con dicho repudio, por ello las nuevas estructuras que el poder político y social tomaron en nuestro entorno los treinta últimos años fueron decisivas para el cambio radical del tratamiento e internamiento de los enfermos mentales.

Por ello la enfermedad mental es algo que tiene hoy día posibilidad de tratamiento, a los enfermos no se les puede tomar el pulso por la mañana, la temperatura por la tarde y el pelo por la noche, el manicomio no es un lugar donde apartar del resto del mundo a los diferentes, un lugar de reclusión como si de un peligro social se trataran, es un centro de diagnóstico y tratamiento de reposo mental y físico y de curación. Tenemos que educar dentro del amplio espectro de la salud no solo como comer y revisarse periódicamente sino también en como ver a los enfermos, ancianos, oncológicos o mentales, enseñar a perderle el miedo a la enfermedad, mejorar los sentimientos hacia los enfermos mentales y creer en su curabilidad además de tener confianza el los médicos psiquiatras que los tratan y en los avances de la medicina para sanarlos.

domingo, 10 de noviembre de 2013



MALVIVIR SIN SU AMOR NO ES VIVIR



Solo yo se lo que he perdido
La que dejé por miedo a su rechazo
Por miedo callé tanto y tanto
Que hasta tu amor se fue de mi lado

Ahora no espero nada ni a nadie
Me encuentro roto pero del ánimo
El peor dolor no es el que late en el cuerpo
Es el que siente dentro del alma

No puedo verte ni sentir tu abrigo
Cuando con tus manos tocabas mi cara
Con tus besos calentabas mi corazón
Con tu presencia llenabas mi destino.




Oigo una canción que pide con pena
Déjame esperarte aunque no vengas
Déjame esta noche soñar contigo
Esta es en vida la peor condena.

Ya no me quedan palabras para expresar mi dolor
No tengo fuerzas para luchar en esta vida
No quiero sufrir más por este amor
Y solo los fármacos alivian mi pena.





QUE ENREVESADO NOS EXPLICABAN LAS COSAS MAS SENCILLAS





La única vez que yo estuve atento de verdad en el colegio fue cuando explicaron la reproducción humana, se hablaba mucho de ello en los recreos y tiempo libre pero en realidad todo quedaba en palabrotas aprendidas en el Diccionario o en la Enciclopedia que todos teníamos en casa y que nos reuníamos para leer palabras fuertes. Por ejemplo "coño" y nos topábamos con esto:
coño.
(Del lat. cŭnnus).
1. m. malson. Parte externa del aparato genital de la hembra.
2. m. despect. Chile. español (‖ natural de España).
3. m. vulg. Ven. tipo (‖ individuo).
4. adj. Chile y Ec. tacaño (‖ miserable).
coño.
1. interj. U. para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado.
Mi lio fué superior a partir de esas citas porque yo era un coño en Chile y los pelos que le veía a mi prima por debajo del ombligo cuando se cambiaba de bragas era otro coño, y no digamos del agarrao del compañero que nunca daba un mordisco de su bocata y era otro coño¡¡¡¡¡. De pocas dudas te sacaba la Enciclopedia, era como nuestro profesor de Ciencias que tampoco me sirvió de mucho:
 Primero te hablaban de un guisante... después de unas abejas que salían de su colmena y llevaban el polen por ahí.. Y luego te enseñaban unos dibujitos de una pareja en pelotas... Que yo pensaba: ¿Y aquí quién de los dos tiene el guisante...?" Pero ahí no se acababa el follón, porque yo sabía que había una cosa que se metía en algún sitio... Y además estaba la cigüeña... Con lo que me fui a mi casa pensando que la reproducción humana consistía en que una cigüeña metía un guisante en una colmena y una abeja lo esparcía... 
Muy bien. Yo no quiero molestar, pero entonces. ¿Para qué me sirve a mí la polla? (palabra aprendida en la calle aunque no ratificada en su significado anatómico en la Gran Enciclopedia Británica versión popular abreviada y traducida) 
En fin, lectores atrevidos, que según lo que nos enseñaban en la escuela, un hombre de provecho y culto es un tío que habla lenguas muertas, latín y griego, come guisantes y muchas otras verduras siempre crudas, da volteretas en un gimnasio o en su defecto en un semáforo mientras se encuentra en rojo y toca la flauta bastante mal. ¡Coño, este tío es el que llaman ahora un perroflauta.