viernes, 27 de diciembre de 2013

Como casi todos los días que puedo hoy me he sentado en ese microcosmos que es el bar de la esquina de detrás de mi casa, si habéis leído bien, microcosmos y voy a explicaros porqué.

En el mundo convivimos personas, animales y cosas dentro de un clima que varía según qué región, pues bien en mi pequeño bar puedes disfrutar el clima es muy variable, puedes sentarte en la terraza y sufrir los diferentes vientos ya sean de levante, poniente, del norte y del sur, cada uno acompañado de los fenómenos atmosféricos propios, agua, frío, calor que aquí llamamos terral, brisa marina e incluso la mar chicha que así se denomina cuando no sopla ningún viento. En el interior y dependiendo de la zona en que te sientes hay corrientes, solecito por una ventana y en verano puedes elegir entre el frío del aire acondicionado y el calor africano del rincón del fondo. En cuanto al aroma interior tenemos el de fritura malagueña, el de carne asada y hasta el de unos callos recalentados. La luz también depende de la zona, desde el fluorescente vibrador hasta la penumbra de barrio periférico.
Pero lo realmente mas importante son los personajes variopintos que invaden ese territorio común.  
A primera hora entra un señor con gafas, bien trajeado de colores oscuros, más bien serio, nunca habla con nadie,  encorbatado, algo giboso y que siempre pide café, pronto descubrí que era el director de la sucursal de la Caja de Ahorros de al lado. De pronto se llenan dos mesas de unos jóvenes de ambos sexos uniformados y que siempre piden un copioso desayuno o merienda, dependiendo de la hora, café o zumos, bocadillos, sándwich  y bebidas refrescantes que los y las más delgadas dejan a la mitad y cuyas conversaciones los delatan como empleados de una gran superficie, son del súper de al lado. Conforme avanza la mañana casi al mediodía llega lo más florido del barrio o sea todos los parados, los jubilados, los bebedores habituales y los ancianos. Entre esta multitud comienzan a pulular vendedores de todo, cupones, lotería, calcetines, calzoncillos, pulseras, fauna africana diversa y todo lo que quieras. Se habla de futbol de política de lo bueno que estaban años atrás los chanquetes, el pedrito y los pintaos, la Victoria grande y los chumbos en verano, entran varios marroquíes que se sientan a tomar un café que les dura tres horas y que hablan en su idioma que parece que siempre se están peleando, a veces se oye hablar en un raro francés de quien ha venido de vacaciones a su ciudad pero les parece que da categoría hablar en la lengua de Molière aunque se haga mal. El camarero, dueño, cocinero y limpiador, siempre se está quejando de la crisis con una cara más agria que un pomelo, la ciega de los cupones ve mejor que yo y el pobre anciano que siempre entra cuando ve a quién siempre le invita, saluda desde lejos esperando un desayuno que sus 300 euros mensuales no da para tomar, de camino se lleva un platito para su cena si alguien lo paga, solo y en el aquel salón en el rincón del ángulo  oscuro como el arpa de la rima de Becquer, lloraba la soledad en que se encontraba.

Y entre gritos infantiles, peticiones de tapas, risas artificiales, reacciones de los efluvios alcohólicos y silencios eternos pasa un día cualquiera que nunca será igual que el anterior y que se repetirá asiduamente para el que mire a su alrededor y sepa ver y oír.

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